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“Un reino donde las cosas más maravillosas pueden ser vistas por quienes tienen ojos para verlas.” E. Hoffmann

El cascanueces y el rey de los ratones

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Así que llamó a su relojero real del que todos conocían sus poderes mágicos y le encargó una trampa para ratones que de verdad funcionara.  Así fue como el mago Drosselmeyer pudo acabar con casi todos los ratones de palacio, pero no con todos. 

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Precisamente el rey de los ratones, que era muy fuerte, se enfadó tantísimo con el relojero que hizo caer sobre él una terrible maldición: convertiría a su querido sobrino Carl en un feo muñeco Cascanueces.

 

El viejo Drosselmeyer estaba desolado, para romper con la maldición tendrían que ocurrir dos cosas imposibles: que Cascanueces ganara una batalla al rey de los ratones y lograr que con su feo aspecto de muñeco una niña sintiera por él un amor verdadero.

 

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Todo comenzó en el palacio Real. Había ratones por todas partes y el Rey ya no podía soportarlo más.

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Cuando el mago relojero volvió a casa encontró a su sobrino Carl sobre la mesa convertido en un feo muñeco Cascanueces. 

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Aquella noche era Nochebuena, así que el Señor Drosselmeyer pensó entonces en su ahijada Clara. 

Clara era una niña muy dulce y servicial;

 

¿podría querer al muñeco y ayudarle a romper el hechizo? -se preguntó el mago relojero.

Envolvió unos regalos para los niños y tiernamente colocó el cascanueces en una caja y la cerró con un lazo. 

Como por arte de magia, Drosselmeyer apareció de pronto en casa de sus sobrinos Clara y Fritz, moviendo su sombrero entre una lluvia de chispas y plumas mientras volaban por la habitación palomas blancas. 

 

-Hola tío, a mí no me has asustado - dijo Fritz  -Nos has traído regalos? 

-Por supuesto -Dijo el señor Drosselmeyer

 

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Había regalos para todos: una colección de soldaditos de plomo para Fritz,  una cajita de música con una bailarina para Clara.

-Y esto también es para ti, Clara, cuídalo. -le dijo su padrino.

-Claro que lo cuidaré -Respondió la niña abrazando al cascanueces. 

Pero Fritz se enfadó -por qué le das a ella un regalo más?-gritó

Entonces agarró al cascanueces y lo tiró al suelo con tanta fuerza que se le rompió el brazo.

Clara se puso a llorar.

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El señor Drosselmeyer recogió con ternura el muñeco y puso su pañuelo alrededor del  brazo roto para hacerle un cabestrillo. Colocó al muñeco bajo el árbol y sacó su último regalo, una hada para adornar la copa del árbol de navidad. 

 

Después de hacer un poco más de magia, los niños se fueron a dormir. 

Pero Clara no conseguía  dormirse, no dejaba de pensar en el pobre cascanueces y quería consolarlo.

Cuando todo el mundo dormía bajó sigilosamente al salón y cogió al muñeco, se sentó en el sofá y se quedó dormida. En aquel momento la magia de Drosselmeyer volvió a comenzar. 

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Un gran alboroto la despertó. Le costó darse cuenta de donde estaba, pues la habitación parecía otra. El árbol de navidad ahora era enorme y junto a él se desarrollaba una gran batalla. El salón estaba lleno de ratones gigantes que luchaban con espadas contra los soldaditos de plomo de Fritz, que también eran muy grandes.

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NO! -Grito Clara y se quitó el zapato para lanzárselo con todas sus fuerzas al rey de los ratones. El zapato lo golpeó tan fuerte en la cabeza que cayó al suelo inmóvil. 

¡Hemos ganado la batalla! -exclamó Clara.

Los ratones fueron a socorrer a su rey y se lo llevaron reconociendo su derrota.

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El más fiero de todos los ratones era su rey, que luchaba contra el cascanueces de Clara. El cascanueces había crecido y era tan grande como el rey de los ratones, pero éste llevaba un brazo en cabestrillo por lo que el rey tenía más fuerza.

De pronto el gran ratón lo atacó y el cascanueces al intentar esquivarlo, cayó al suelo.

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La mañana de Navidad el señor Drosselmeyer se asomó a la habitación de Clara, la niña dormía y sonreía. El mago relojero salió de la casa y se apresuró a llegar a la suya.

Había sido una noche agotadora en la que había usado toda su magia y esperaba que ésta hubiera funcionado.

Al entrar a su casa vio que todos los relojes marcaban las seis y allí estaba su sobrino Carl de carne y hueso durmiendo sobre la mesa.

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Clara observaba con ansiedad al cascanueces, éste se levantó y para sorpresa de la niña tenía el brazo bien, le dio su zapato y se arrodilló ante ella. 

Gracias por haberme salvado la vida -le dijo Cascanueces.

 

Pero ella no pudo contestarle, estaba demasiado asombrada de ver el cambio que se había dado en él. El cascanueces se había transformado en un guapo joven que le estaba sonriendo.

Me llamó Carl y como recompensa  por haberme salvado la vida te voy a llevar al país de los dulces. -le dijo el cascanueces.

 

 

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Al llegar al país de los dulces, Clara quedó boquiabierta. 

¿Todo lo que hay aquí se puede comer? -pregunto la niña. ¡Incluso el suelo es de chocolate! -agregó asombrada. 

Los soldados disparaban salvas de caramelos para darles la bienvenida y el hada del azúcar llevó a Clara y a Carl ante el rey y la reina. 

Los dulces van a bailar en vuestro honor -les dijo la reina.

La música comenzó a sonar y dulces de todos los países bailaron para ellos.

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Era el turno del hada del azúcar que daba vueltas y vueltas como una bailarina. Clara susurró -me gustaría bailar así de bien.

Estoy segura que algún día lo harás -le dijo la reina. 

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Clara se sentía feliz y disfrutó tanto de aquel momento que al mirar al Carl sintió un amor verdadero por aquel feo cascanueces convertido en un apuesto joven. 

La magia de Drosselmeyer debía seguir su curso. Tras vencer al rey de los ratones ahora necesitaba que la niña quisiera de verdad a Cascanueces y para ello le preparó un fantástico viaje. 

Clara miró a su alrededor y no podía creer lo que veía, el salón había desaparecido y estaba en el país de las nieves sentada en un trineo tirado por renos junto a Carl. Clara se giró y algo llamó su atención, algo que se movía entre los árboles, era su tío Drosselmeyer. También había una bandada de pájaros y el hada que decoraba la copa del árbol de navidad. Clara parpadeó y al mirar de nuevo no vio nada, pensó que debió habérselo imaginado. 

¿Nos vamos? -preguntó Carl; y los renos corrieron por la nieve. 

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